martes, 4 de septiembre de 2012

La mayor locura de un científico





-¡Eres un imbécil! ¡Jamás vas a cambiar! ¡Ya no te soporto!

Un fuerte portazo se escuchó tras sus palabras, añadiendo un nuevo muro a una convivencia desastrosa. Hacía meses que ni siquiera estábamos de acuerdo en la lista de la compra. Me odiaba. Sabía que no había más que un enorme odio entre nosotros, aunque yo aún recordaba entre mis brazos el peso que tuvo al nacer y el aroma de sus geles infantiles. Había crecido demasiado rápido o mi trabajo se hizo cada vez más pesado. Las horas extras que invertía antes para crear máquinas eficientes en la actualidad eran para dar alma a un monstruo de hojalata, como así veía mi hija a los cyborg y robot que yo construía.

Sophia era una mujer adulta a sus ojos, una niña a penas para mi. Con sus diecisiete años tenía una lengua puntiaguda que no dudaba en clavar en mi corazón. Las lágrimas no fluían en su presencia, me mostraba impasible mientras acomodaba mis gafas que conjugaban a la perfección con mi bata de laboratorio.

El silencio invadió todo. Las fotografías de mi esposa reflejaban un orgullo que ya no había, desde que ella murió Sophia había añadido a su toque rebelde convencional el sarcasmo y la dureza a sus palabras, cada vez más certeras y más contundentes. Ella desconocía mi nuevo proyecto, en el cual estaba inmerso desde que ella cumplió catorce años y enterramos a nuestra Marie.

Recorrí el pasillo desde el salón al comedor para descender al sótano. Mis hombros estaban caídos y tras el cristal de mis gafas mis ojos derramaban las primeras lágrimas. Tomé un pañuelo de mi bolsillo de tonos violetas, el color favorito de mi esposa, bañado en su colonia para enjuagar mis lágrimas que eran fruto de la derrota.

-Marie, no sabes cuánto te necesito.

Susurré encendiendo la luz de aquel lúgubre cuarto sin ventilación alguna salvo el potente extractor del techo. Miré el montón de chatarras que se encontraban a un lado en una mesa parecida a la de un quirofano y suspiré hondamente. Mis pasos se detuvieron ante la cabeza dorada de mi nueva criatura provocando que sonriera al ver su rostro, aquellos rasgos que durante más de veinte años había adorado y casi venerado como si fuera la misma Virgen María.

-Nunca te dije cuánto te amaba, quizás porque creía que lo sabías con sólo una mirada cansada en las noches y un beso a desganas. Eras el bálsamo a mi pesada carga, el trabajo se hacía ameno cuando escuchaba las cintas que dejabas para mi recordándome que debía almorzar y hacer algo de ejercicio. Marie, no sabes cuánto te he amado y estoy seguro que jamás lo sabrás.

Me incliné besando sus labios fríos y sintéticos, para después dejarla en su lugar y proseguir, no sin esfuerzo, mi escrupuloso trabajo rellenando cientos de informes con miles de datos de pruebas realizadas a mi primer prototipo.

-Un día lo conseguiré y Sophie comprenderá que está equivocada. Tú serás la prueba.


------------La Mayor Locura de un Científico------------


El relato muestra el insufrible dolor que soporta Mark Washington cada día. Narra el momento en el cual su hija se marcha de casa para vivir con sus abuelos y sus deseos de volver a ser una familia, reconquistando el corazón de Sophie, a la cual ve aún como una niña y no como una adolescente en plena pubertad, y regresando a los minutos antes de perder a su esposa en un trágico accidente. 

Marie es su pasado, presente y futuro. A penas tiene subvenciones, ha sido olvidado a pesar de haber llegado a la cima científica y también en la materia de robótica. Busca transmitir el alma de su esposa, o la personalidad de esta, a un robot autónomo que pueda pensar por si misma y amar como ella lo hacía. 

Es un texto realizado por el usuario Caim, parte del equipo Administrativo de Beyond Hell, para promover este personaje y que al fin encuentre dueño. Puede poseer una trama extensa e incluso llegar a tomar parte de un papel principal en ciertos momentos cruciales para Beyond.

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