A medianoche es cuando salía a cazar,
en Altair todos besaban el suelo por donde pasaba. Miles de halagos
de gente que temía a una de las hijas de Caim, yo, Hella.
Era mi cumpleaños, quería hacerme un
auto-regalo. Necesitaba un sirviente, que me amara, respetara, me
fuera fiel… Que estuviera a mi lado para siempre. El Iron Mask era
uno de los locales que regentaba Vanian, uno de mis hermanos no
guerreros.
Nada más entrar al local un torrente
de música inundó mis oídos, haciendo que cerrara los ojos con una
sonrisa dibujándose en mis labios. Pronto pude sentir a mi presa, un
demonio de bajo rango, delgado, cabello castaño tirando a negro y
unos labios que daban ganas de morderlos, ojos verde oscuro, no era
de la familia.
Camine hacia él, mis ojos comenzaron a
brillar ante la idea de hacerlo mío durante toda la noche. Él se
había fijado en mí, podría saber quien era yo, irse antes de que
todo ocurriera, pero no lo hizo. Solo sonrió caminando la distancia
que quedaba entre nuestros cuerpos. Ah, aquellos labios suyos pronto
besaron los míos, nuestros cuerpos se juntaron como si fuera uno.
Corrientes eléctricas recorrían mi cuerpo, era el ideal para ser
uno de mis juguetes.
Me separé lo justo de sus labios para
dedicarle un jadeo de deseo, luego una sonrisa. Pocas palabras
salieron de mi boca, por no decir ninguna. Atrapada aun en su cuerpo
lo llevé hasta aquella habitación especial para mí.
Al entrar seguimos con los besos de
desesperación mientras mis manos se movían por su cuerpo
despojándole de la ropa, dejándola caer al suelo. Él se quito las
botas antes de que pudiera siquiera bajarle el pantalón y la ropa
interior. Di un paso hacia atrás y de un tirón lo saque del montón
de ropa para volver a besar aquellos labios suyos, empujando su
cuerpo hacia mi querida mesa de torturas. Hora de comenzar el juego.
Se sentó en la fría mesa de metal y
luego lo tumbe, amarré sus muñecas y tobillos. Estaba listo para la
tortura psicológica.
Siete intensos días de tortura, sin
salir de la habitación, alimentándome de su sangre. La habitación
olía a sangre, su cuerpo estaba herido solo lo justo, pues me
gustaba tanto que había evitado por todos los medios no dejarle
mucha marca. Ni siquiera habíamos tenido sexo. Pero ya estaba listo
para eso a estas alturas de la tortura.
- Bien mi amor… Vas a serme fiel, me
amarás solo a mí. Me respetarás, harás todo lo que yo te diga, me
seguirás allá donde vaya si te digo que vengas conmigo. Y me alegro
muchísimo que hayas sobrevivido a la tortura. Pocos demonios de bajo
rango llegan hasta el cuarto día antes de morir. Sabía que eras el
perfecto para servirme.
Mientras hablaba iba de arriba a bajo
al lado de la mesa, se escuchaban sus jadeos desesperados, tanto por
la tortura como para lo que deseaba. Me deseaba. Todo su cuerpo
gritaba por montarme pese a las heridas que tenía en su cuerpo, su
miembro estaba erecto, toda esa semana le había torturado estando
desnuda. Mis ojos regresaron a su rostro y sonreí esperando las
palabras para que el pacto concluyera y pudiera soltarle.
- Oh, ama Hella… estoy listo para
servirla en todo lo que guste. – varios jadeos se escaparon de su
boca, sus ojos estaban fijos en los míos.
Sonreí de lado mostrando uno de mis
colmillos, lo desaté y cuando se mantuvo de pie de un empujón lo
tiré a la cama. Me alegraba que aun tuviera fuerzas para moverse.
Lamí mis labios de pura lujuria cuando se tumbó sobre su espalda
dejándome ver aquel mástil duro, le había prohibido que se
corriera, cuando lo hizo la segunda noche estuve por destrozarle,
pero aprendió.
Gemí cerrando los ojos, trepé por la
cama y me senté encima de su erección, pronto entro. Le mire con
furia cuando gimió cerrando los ojos.
- Córrete pronto y regresas a la mesa
de tortura. – le advertí retorciendo su pezón derecho.
Cuando note que hacía un esfuerzo
épico sonreí como la puta perversa que era y comencé a mover mi
cadera, mis manos arañaban su pecho, cabalgando con los ojos
cerrados y la cabeza hacia atrás. Aquella sesión de sexo duró tres
días y tres noches. Al quedar satisfecha me baje de su cuerpo
tumbándome en la cama con una sonrisa de satisfacción, ni siquiera
sabía su nombre, ni me importaba. Aquel chico era mi primer
sirviente, y lo quería como tal, sabía que pese a todas las
torturas me amaba. Eso en el mundo humano tal vez se llamara el
síndrome de Estocolmo, ¿que mierda me importaba? Me serviría a mi
y punto.
- Te llamarás Silver.
Fue todo lo que dije antes de quedar
dormida.
Desde aquel entonces han pasado ya
setecientos años, me sigue siendo fiel, tengo otros tres sirvientes…
Y me ama.
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Este relato pertenece a Hella, moderadora del foro Beyond Hell, y es un hecho que no ha sucedido dentro del Rol. Los personajes secundarios que se encuentran en este relato no están inscritos, aunque ella los lleva como personajes en sus respuestas y habitual relación con otros personajes.
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